El secretario de hacienda de México, Agustín Carstens, ha hecho un pésimo trabajo y por lo tanto es uno de los funcionarios más odiados en el país, al grado de que, al inaugurar el mundial de beisbol en México, se llevó una rechifla de 5 minutos. Aún así tuvo la valentía de lanzar la pelota inicial de este importante evento deportivo. Y digo “valentía” porque, a pesar del odio que le tienen, Carstens jamás ha dudado en exhibir su obesa figura en cuanto evento público se presenta.
Carstens es el estereotipo mexicano del detestable “banquero” con nariz de cerdito, obeso pero siempre en un elegante traje. Mucho se le ha criticado sobre su gordura, y sobre cómo es un insulto que el secretario de hacienda exhiba semejante masa corporal, evidencia de un comer abundante, en un país donde la lucha diaria para muchos es simplemente el conseguir alimento para subsistir diariamente.
La decencia debe ser característica de un político, pero en México ya no les queda ni decencia ni vergüenza: más allá de su “excelente” trabajo hundiendo al país en una crisis de inseguridad y económica, solamente se regocijan “viéndole el trasero” a Carla Bruni, de visita oficial en México. Qué pena me da ser del mismo país que estos “marranos” (con perdón de Carstens) a los que solamente les faltaba chiflarle a la primera dama francesa.